viernes, 10 de marzo de 2017

RUBÉN SALAZAR MALLÉN





“Las fechas —dice Borges— son para el olvido”, pero en este caso nos dan luz sobre la personalidad de un hombre y aclaran las relaciones de su obra.
Rubén Salazar Mallén nace en Coatzacoalcos, Veracruz, el 9 de julio de 1905. A los cinco años vive la Revolución. Muy joven se traslada a la ciudad de México donde sufre una hemiplejía que lo acompañará toda su vida y estudia Derecho.
Escribe novelas que incinera. Hace un periodismo mordaz que le da cierto renombre. Como todos los inconformes se rebela y milita en las filas del vasconcelismo contra un sistema político que en 1929 preludia el fracaso de los ochenta. Decepcionado ingresa en 1930 al Partido Comunista. Paradójicamente, una nueva decepción lo lleva al fascismo.
Escribe la primera novela anticomunista, Cariátide, cuyos fragmentos publicados en la revista Examen, dirigida por Jorge Cuesta, desencadenan una persecución judicial contra ellos. A partir de 1944 rompe con el fascismo y abraza el anarquismo. Pero su pasado lo condena. Ese mismo año el consejo de la revista El hijo pródigo rechaza la publicación de su obra Páramo: “Es por tus ideas políticas, eres reaccionario.” “Sé que defendiste al fascismo en México, mientras que a mi familia la asesinaban los fascistas de España, por consiguiente tengo que oponerme a ti.” Desde entonces su obra conoce la marginalidad.
Las razones son de orden político. La literatura mexicana de nuestro tiempo, por lo menos hasta hace poco, cuando muchos decepcionados por el marxismo y su promesa reconocieron que la culpabilidad nos pertenece a todos, repudiaba a cualquier escritor que hubiese sido sospechoso de fascismo; consideraba que ser de izquierda era una virtud; aceptaba, como un dogma, que quienes habían sido fascistas, aunque el arrepentimiento los hubiese hecho avergonzarse, eran incapaces de escribir con altura. Otros no, otros, que disintiendo del dogma comunista no habían coqueteado con el fascismo, eran bien vistos. La literatura mexicana podía exhibir sin vergüenza las obras de Revueltas o las de Paz.
A Dios gracias, muchos de nosotros ya no vivimos de la condena. Adolecemos de graves defectos, pero no del defecto de la falta del perdón. Ahora podemos también frecuentar a Salazar Mallén sin temor y reconocer que su obra literaria nada tiene que ver con el fascismo y mucho con el hombre. A diferencia de otros que ponen su literatura al servicio de su ideología, Salazar Mallén ha hecho de su contradictorio peregrinar político un estilo de vida que le ha permitido describir la miseria humana.
Lo que confirma esa extraña frase de las tradiciones religiosas: “Hemos venido a cumplir un destino.” Si Salazar Mallén fue y es contradictorio, ha sido para narrar nuestra realidad: el universo también contradictorio que se oculta tras el decorado de la historia; el universo de los caciques, de la intimidad del Partido Comunista de los años treinta, de la corrupción de nuestro sistema político mexicano, de la guerrilla urbana, de la lascivia y las pasiones mundanas, de los laberintos del poder.

Javier Sicilia
Si me lo preguntaran, yo diría que las novelas que he publicado pueden clasificarse en dos grupos. En uno de ellos, cabrían las obras que se sustentan en la vida privada: Camino de perfección (1937), Soledad (1944) y La iniciación (1966). En el otro grupo habría que incluir las obras cuya base es la vida social: Páramo (1944), Ojo de Agua (1949), Camaradas (1959), ¡Viva México! (1968), La sangre vacía (1982) y El paraíso podrido (1986).
Claro que esa clasificación es convencional y relativa, porque en la novela, como en la realidad, la vida privada y la vida social se entrecruzan y hasta se imbrican.
A eso hay que añadir que una antología novelística de un solo autor, sólo puede lograrse desde una disposición arbitraria, ya que una novela es una totalidad que no puede ser representada por una de sus partes o uno de sus capítulos. Puede, eso sí, dar idea de la evolución literaria del autor de las novelas.
Rubén Salazar Mallén

Además puedes consultar para saber más:
http://archivo.eluniversal.com.mx/cultura/43270.html
Salazar Mallén, Escritor corrosivo para el poder, El paraíso podrido.

¡VIVA MÉXICO!
Han hecho negocios solidariamente. Y eso es bueno, mejor que una simple amistad. Porque, a ver, la amistad a secas, ¿para qué sirve? Y también, ¿qué putería es la amistad si los locutores de radio y televisión le dicen a uno “amigo”? El ingeniero Garza y Joaquín Cuevas, el hermano de Magdalena, son amigos de los buenos: hacen negocios solidariamente.
—Délo por hecho. México será la sede de la próxima olimpiada.
Joaquín. — Gracias al prestigio que ha ganado para el país el señor presidente.
Como siempre que expulsa un señor presidente, se le estiran los dientes y sus labios se fruncen en alforzas, bieses y olanes. ¡Señor presidente! Hay que pronunciarlo untuosamente, suntuosamente. No con sencillez o familiaridad: sería una irreverencia. Y ¡no, no, no, no, no, no! Joaquín Cuevas no lo haría por nada del mundo.
El ingeniero Garza, que es un alegre pedazo de naturaleza, no tiene esos escrúpulos. Y conoce a Joaquín desde hace más de mil años.
Garza. — Mire, Cuevas, vamos hablando a calzón quitado. A usted y a mí nos importan una pura y dos con sal el señor presidente y el prestigio de México y la chingada madre. Lo que nosotros queremos es lana, ¡lana!
            Después de unos iniciales ojos de espanto, Joaquín sonríe y mira cómplicemente a su interlocutor.
Joaquín. — Contratos es lo que usted quiere, ¿verdad?
Garza.— ¡Hasta la pregunta es méndiga! La olimpiada quiere decir obras y yo tengo diez millones de maquinaria para hacer obras.
Inclina la cabeza, pensativo, Joaquín Cuevas. Disimuladamente avienta una mirada contra el ingeniero Garza. Piensa cómo sacar ventajas: entre amigos que hacen negocios, está permitido.
Joaquín. — Si de veras va a ser aquí la olimpiada, como dice usted, México gastará mucho dinero, ¡mucho! Pero no crea que las ganancias van a ser nuestras. Primero están los cacas grandes que tienen sus constructoras de trasmano.
Calla tácticamente, esperando la reacción del ingeniero Garza. Este no se desconcierta.
—¡Usted tiene muy buenas palancas! —vocifera—. Algo podrá agarrar, aunque no sea mucho.
Joaquín.— Sí tengo muy buenas palancas; pero ellos no tienen carta aborrecida, y si un quinto ven, un quinto se clavan.
(Lo que busca es hacer que el asunto parezca difícil, para cobrar mayor porcentaje).
Va a hablar el ingeniero, cuando el interfone farfulla que ahí, en la antesala, está Magdalena. Garza aprovecha la coyuntura: se marcha empujando carcajadas y manotazos al aire. Joaquín se sienta en el sillón, tras el escritorio, y adopta una actitud solemne: sabe que algo va a pedirle Magdalena.
—¡Querida Magda! —prorrumpe, y, sin pararse, le tiende la mano.
Hace que ella se siente en la silla más cercana. Un gesto insinuante frota a sus músculos faciales: su sabiduría de hombre de negocios le ha enseñado que para decir “no” hay que parecer amistoso. Y sonríe con una sonrisa ejercitada muchas veces: una sonrisa con destellos semejantes a los que despierta un escupitajo en un charco podrido.
Joaquín.— Tienes dificultades, ¿verdad, hermanita? Dímelo con entera confianza. Soy tu hermano.
Las manos enguantadas, en que los nervios tiran de los dedos como de títeres, prolongan el silencio de Magdalena. Joaquín la contempla. Vierte su sonrisa en la risa. Su risa rechina como niños que lloran.
Joaquín. — Los intereses. Estoy seguro de que son los intereses. Desde un principio me pareció que no podrías, pero ¿cómo decírtelo, si estabas tan exigente?
—Sí, los intereses —balbucea Magdalena.
Joaquín. — Y quieres una nueva mora, ¿no es eso? Pero ¿no te das cuenta, Magda? Ya lo hice una vez, y si vuelvo a hacerlo... Yo soy parte de un proceso que no puede detenerse. En estos casos, los asuntos pasan automáticamente al departamento legal. ¿Qué quieres que yo haga, qué quieres? Además, te queda el rancho, ¿para qué te sirve?
Magdalena.— Unos días nada más. Yo haré milagros si es necesario.
Joaquín.— ¡Imposible! Yo daría un brazo, daría la cabeza, pero...
Magdalena. — Si quisieras...
Joaquín.— De querer, sí quiero; pero no puedo, no puedo.
Ahora es ella la que sonríe. Una sonrisa doble: una mitad, desprecio; la otra mitad, lástima.
Magdalena. — No te preocupes.
Se pone de pie. Erguida, casi juvenil, va hacia la puerta, sale. El se hunde en su sillón. Deja pasar unos minutos, con los ojos y la mente en nada. Precavido, evita el riesgo del interfone. Usa el teléfono.
—Conchita: déme el legal, con el licenciado Zendejas.
Pausa.
—¿Recuerda usted el negocio de que le hablé ayer? —Sí, sí, ése.
—Proceda inmediatamente.
—No.
—¡No!
—¡Proceda!
Los negocios son los negocios. Se frota las manos y dentro de cuatro años si la olimpiada se hace aquí.

Para saber más.
http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/81 


AGUSTÍN YÁÑEZ DELGADILLO










Agustín Yáñez Delgadillo nació en Yahualica de González Gallo, Jal. El 4 de mayo de 1904 y murió en la Ciudad de México el 17 de enero de 1980, a causa de un enfisema pulmonar  y una deficiencia cardíaca a los 76 años. Fue sepultado en la Rotonda de las Persona Ilustres.


Fue novelista, cuentista, ensayista y político mexicano. Fue uno de los más grandes expositores de la novela mexicana posterior a la Revolución Mexicana y es considerado precursor de la novela mexicana moderna.


Considerado un escritor realista, que caracterizó a la narrativa mexicana a finales del siglo XIX y principios del XX, y corriente que incluye a figuras como José Tomás de Cuéllar, Manuel Payno, Heriberto Frías y Mariano Azuela. Sin embargo, Yáñez supo enriquecer esta corriente al integrar muchos de los recursos técnicos y estilísticos de la vanguardia europea y estadounidense de su época.


Estudió derecho en la Escuela de Jurisprudencia de Guadalajara y la maestría en filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, con la tesis "Don Justo Sierra: su vida, sus ideas y su obra", la cual le valió la mención cum laude por parte de sus sinodales Edmundo O´Gorman, Samuel Ramos y José Gaos. Fue Secretario de Educación de Nayarit entre 1930 a 1931 (participando en la fundación del Instituto de Ciencias y Letras, antecedente directo de la actual Universidad Autónoma de Nayarit).


Su obra Al filo del agua, publicada en 1947, marca un parteaguas en la literatura de México ya que incorpora novedosas técnicas narrativas y estilísticas influenciadas por Faulkner, Kafka y Joyce.


Al filo del agua se ubica en un pueblo de Jalisco, en vísperas de la Revolución, y presenta una serie de acciones simultáneas y relacionadas que muestran la vida cotidiana en el lugar y la manera en que ésta se ve alterada por el movimiento armado.


El título alude al momento en que está a punto de estallar una tormenta y, metafóricamente, al momento histórico que precedió al estallido de la Revolución mexicana. Este tiempo de espera cargado de tensión es descrito mediante una serie de cuadros que ahondan en lo más profundo de las obsesiones que se viven en una pequeña población. Especialmente, aparece una concepción morbosa de la religiosidad, en su relación ambigua y represiva con el sexo.


Es importante la técnica narrativa empleada por el autor, que constituye la primera ruptura con la novela tradicional. El monólogo interior, sobre todo, ocupa un lugar principal en la economía de la novela. Durante los años siguientes, Yáñez intentó ensanchar esta visión realizando una panorámica del México contemporáneo, si bien no logró alcanzar los extraordinarios resultados de Al filo del agua.


En La tierra pródiga (1960) Yáñez replantea, con recursos estilísticos nuevos, el dilema de civilización o barbarie, mientras que el dilema del campesino enfrentado a la tecnología incorporada al campo lo trata en Las tierras flacas (1962).


Cargos públicos


Tuvo una extensa trayectoria académica y política, en la que se encuentran los siguientes cargos:


  • Director de Educación Primaria en Nayarit y primer Rector del Instituto del Estado de Nayarit 1930-1931, antecedente de la Universidad Autónoma de Nayarit.

  • Director de la Oficina de Radio de la Secretaría de Educación Pública, 1932-1934.

  • Miembro numerario de la Academia Mexicana de la Lengua, ingresó el 5 de septiembre de 1953.

  • Gobernador de Jalisco del primero de marzo de 1953 al 28 de febrero de 1959.

  • Director del Seminario de Creación Literaria. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México a partir de 1959.
  •   
  • Embajador Extraordinario y Plenipotenciario, en Misión Especial, ante el Gobierno de la República de Argentina en mayo de 1960.

  • Consejero de la Presidencia de la República de marzo de 1959 a septiembre de 1962.

  • Secretario de Educación Pública a partir del 1 de diciembre de 1964. Titular de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos de 1977 a 1979.


 


Gestión en la Secretaría de Educación Pública


Al entrar en funciones el presidente Gustavo Díaz Ordaz en diciembre de 1964, en su gabinete designó como secretario de Educación Pública a Agustín Yáñez, puesto en el que sustituía a Jaime Torres Bodet, que lo había desempeñado en el sexenio de Adolfo López Mateos.


Al principio de su gestión en 1965, se creó la Comisión Nacional de Planteamiento Integral de la Educación, con el objetivo de realizar una evaluación y proyección para la siguiente década, en la cual se dio mayor énfasis a la Educación Primaria. Entre los resultados se hizo notar la necesidad de aplicación de nuevos paradigmas educativos como la Orientación Vocacional, utilización de los medios masivos de comunicación y la unificación de la Enseñanza Media.


Durante su sexenio se lanza una campaña nacional de alfabetización, que fue reconocida por la UNESCO en 1965 en el Congreso Mundial de Ministros de Educación para la liquidación del analfabetismo celebrado en Teherán, Irán, al que Yáñez asistió como presidente de la comisión en septiembre de aquel año. En aplicación de algunos acuerdos tomados en este congreso, la Secretaría a cargo de Agustín Yáñez usó por primera vez los medios de comunicación para la difusión de la educación, creándose el sistema de Telesecundarias aplicándose como prueba piloto en el Distrito Federal, Hidalgo, Morelos, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala y Veracruz.[]


Igualmente, su gestión dio gran impulso a la Educación Media Superior. Entre sus acciones concretas estuvieron la reestructuración de la Escuela Normal Superior y el Instituto Politécnico Nacional. Se crea, además, el Servicio Nacional de Orientación Vocacional con el fin de auxiliar al estudiantado en su elección de carrera.[]


Respecto a la unificación de la educación, el 1 de diciembre de 1965. Agustín Yáñez dispuso dar unidad pedagógica y técnica a la enseñanza media, ordenando que todas las escuelas de ese nivel se ajustaran al mismo plan de estudios y al programa que fueron aprobados en 1959. Y en 1966 decretó la unificación de calendarios escolares.


Obras


Con la publicación de tres obras, Flor de juegos antiguos (1942), Melibea, Isolda y Alda en tierras cálidas (1946), Archipiélago de mujeres (1943) y especialmente Al filo del agua (1947),alcanzó un gran reconocimiento.


En 1948 dirigió la edición de las Obras completas de Justo Sierra, que publicó la UNAM y en cuyo primer tomo Yáñez incluyó un estudio biográfico del autor. Su obra total es un hito en la transformación de la novela hispanoamericana contemporánea.[]


Ensayos


  • Fray Bartolomé de las Casas, el conquistador conquistado (1942)
  • El contenido social de la literatura iberoamericana (1943)
  • Alfonso Gutiérrez Hermosillo y algunos amigos (1945)
  • El clima espiritual de Jalisco (1945)
  • Fichas mexicanas (1945)
  • Yahualica (1946)
  • Discursos por Jalisco (1958)
  • La formación política (1962)
  • Moralistas franceses (1962)
  • Proyección universal de México (1963)
  • Días de Bali (1964)
  • Conciencia de la revolución (1964)
  • Dante, concepción integral del hombre y de la historia (1965)
  • Discursos al servicio de la educación pública (1964,1965,1966)

Narrativa

  • Ceguera roja (1923)
  • Tipos de actualidad (1924)
  • Divina floración (1925)
  • Llama de amor viva (1925)
  • Por tierras de Nueva Galicia (1928)
  • Baralipton (1931)
  • Espejismo de Juchitlán (1940)
  • Genio y figuras de Guadalajara (1941)
  • Flor de juegos antiguos (1942)
  • Archipiélago de mujeres (1943)
  • Esta es mala suerte (1945)
  • Melibea, Isolda y Alda en tierras cálidas (1946)
  • Los sentidos del aire, Episodios de Navidad (1948)
  • Tres cuentos (1964)

 Novelas

  • Pasión y convalecencia (1943)
  • Al filo del agua (1947)
  • La creación (1959)
  • La tierra pródiga (1960)
  • Ojerosa y pintada (1960)
  • Las tierras flacas (1962)
  • Perseverancia final (1967)
  • Las vueltas del tiempo (1973)
  • La ladera dorada (1978)
  • Santa Anna, espectro de una sociedad (1981)


AQUÍ PODEMOS LEER EL PRÓLOGO QUE HACE  EMMANUEL CARBALLO PARA MATERIAL DE LECTURA DE AGUSTÍN YÁÑEZ, PUBLICADO POR LA UNAM.

AGUSTÍN YÁÑEZ Y LAS MUJERES DE AL FILO DEL AGUA

Por la edad, las fechas de los libros iniciales y ciertas afinidades técnicas se puede afirmar, en cierto sentido, que Yáñez pertenece a la generación de los Contemporáneos, quienes integran, después del Ateneo de la Juventud, el grupo más valioso de las letras mexicanas del siglo XX. Los distingue la conciencia artística, la cultura vasta y al día, la técnica y el estilo eficaces que emplean en verso y en prosa. Como todo grupo con fisonomía propia, concitó la ira y los denuestos de las banderías coetáneas.

De todo se les acusó, menos de carecer de talento. La raíz de la semejanza entre Yáñez y algunos de los Contemporáneos, que además de verso escribieron prosa (Torres Bodet, Owen, Novo y Villaurrutia), se encuentra, quizá, en que uno y otros procedían de las mismas fuentes: Benjamín Jarnés, especialmente, y los escritores que podrían llamarse de la Revista de Occidente, los que, a su vez, descendían de narradores franceses como Jean Giraudoux.

Las vivencias infantiles y adolescentes conceden a Yáñez un lugar aparte entre los prosistas de su generación. Sus compañeros en el tiempo, los Contemporáneos, escriben sus novelas (largas y cortas) como metropolitanos, es decir, uniformando sus ideas con la moda de esos años que no sólo venía de Francia, sino también de España; Yáñez se comporta al escribir como provinciano. A su obra se le puede aplicar un aforismo de Mauriac:

La provincia nos abastece de paisajes, nos enseña a conocer a los hombres. Crees que perdiste el tiempo en las campiñas; pero años después encuentras en ti un bosque vivo, con su olor, sus murmullos en la noche. Las ovejas se confunden con la niebla y en el cielo del ocaso pasa un vuelo de palomas.

Mauriac recuerda en el mismo libro (La province, 1926) que en oposición a la metrópoli, que impone como regla la uniformidad, la provincia cultiva las diferencias. Yáñez es un escritor de las diferencias. Éstas le conceden un sitio aparte entre los prosistas de su generación.

La provincia le da historias y personajes, y lo capacita también para encontrar un lenguaje, regional y aun municipal en los cimientos, suyo y universal en la elaboración definitiva; lo induce a descubrir, una vez asimilados los influjos, la técnica más acorde para ahondar en la psicología de sus criaturas e intentar, años después, un ambicioso ciclo novelístico que registre la vida del México moderno.

Autor de más de una decena de libros, algunos de ellos fundamentales, Yáñez enfrenta en cada una de sus novelas, posteriores a 1947, problemas técnicos y estilísticos mayores en número e intensidad que los que sorteó, mediante recursos que la destreza hizo suyos, en la etapa que comprende de Baralipton (1931) a Al filo del agua (1947). Su perspectiva es dinámica: sus formas nunca degeneran en fórmulas, sus hallazgos desconocen la laboriosa industrialización a que son tan afectos algunos autores. En cuanto a estilo, técnica y arquitectura, nunca escribió dos veces la misma novela.

A escala universal, Al filo del agua figura entre las mejores novelas editadas en un año prodigioso para la literatura moderna: 1947. Por primera vez en mucho tiempo (después de Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela y José Vasconcelos), un mexicano es contemporáneo de sus contemporáneos. La novela de Yáñez no empequeñece si se la compara con las mejores dadas a conocer en ese año: Doctor Faustus de Thomas Mann, Los idus de marzo de Thornton Wilder, Bajo el volcán de Malcolm Lowry, La romana de Alberto Moravia y Crónica de los pobres amantes, Oficio de vagabundo y Crónica familiar de Vasco Pratolini. Después de 1947, México no volverá a figurar entre los grandes de la novela universal hasta 1955, año en que aparece Pedro Páramo de Juan Rulfo.

Al filo del agua fue escrita durante el régimen de Ávila Camacho y dada a conocer en el de Miguel Alemán. Se trata de una novela de personajes, en la que la acción se vuelve subterránea y el tiempo se distorsiona en la conciencia de las criaturas. Los forasteros (Victoria, los trabajadores agrícolas que regresan del norte) son los elementos subversivos que incendian la vida del pueblo y las páginas de la novela.

Al descubrirse una nueva manera de vivir, el viejo régimen está herido de muerte. No existe en nuestra amplia narrativa revolucionaria un texto (ni siquiera la Mala yerba, de Mariano Azuela) que indique con mejor sentido, sin descender al documento o a la demagogia, cómo se vivía durante los últimos periodos presidenciales de Porfirio Díaz y, al mismo tiempo, aclare por qué surge, qué se propone y, quizá, por qué fracasa la revolución de 1910. Después de que aparece, las obras que se escriben sobre asuntos afines aunque vean la luz se puede decir que no han salido del limbo, y ello se debe a que Yáñez consigue en ella lo que no pudieron obtener los novelistas que tratan este tema: una partida de nacimiento y un acta de defunción.

En este sentido, Al filo del Agua es punto y aparte en la prosa mexicana. López Velarde y Yáñez crean sus imágenes lúbricas mediante objetos y atributos religiosos y, a la inversa, emplean términos sexuales al referirse a cosas y seres espirituales. Ambos sienten el cosquilleo de las hormigas voraces. Si un libro juvenil de Yáñez, Flor de juegos antiguos (1942), corresponde a La Sangre devota (1916) de Ramón López Velarde, Al filo del agua equivale en la bibliografía del novelista jalisciense a Zozobra (1919) del poeta zacatecano.

Una y otra recrean el conflicto humano circunscrito por las cuatro paredes de una vida pueblerina en la cual la asfixia está hecha de tedio, de frustración sexual y rebeldía subconsciente contra un catolicismo nutrido de intolerancia, vacío a fuerza de reiterar hasta el cansancio las formas de culto externo. Nunca antes obtuvo la provincia en nuestras letras mayor desnudez de carne viva ni más complejo poder de signo y símbolo.

Al filo del agua posee sucesivos estratos de significación. Ofrece varios dramas individuales (el de Gabriel y el de Luis Gonzaga, el de Damián Limón, el de María y el de Micaela) y un drama colectivo en el que participan, consciente o inconscientemente, los habitantes de esta aldea incomunicada en el ocaso del “antiguo régimen”. El conflicto surge con la llegada al pueblo de una “noble señora” de Guadalajara (una “noble señora de provincia”, en el lenguaje de López Velarde) que pone en crisis el ascetismo y la hipocresía lugareños. En el plano sentimental, Victoria equivale a la lucha armada que ya se anuncia en el ambiente, a la revolución: su presencia propicia un nuevo orden, una nueva tabla de valores para juzgar la vida propia y la de los demás.

Técnicamente, Victoria coopera a que los distintos personajes del pueblo se desarrollen, a que se enfrenten a sus propios abismos y a que después de su partida se vean irremediablemente transformados. Victoria más que un personaje definido, de tres dimensiones, es detonante de los conflictos que propician los deliberadamente morosos avances de la novela: “en ese pueblo todo es monotonía”. Gracias a ella los protagonistas, como canicas cósmicas, toman nuevos rumbos. Victoria humaniza, torna productivas (a largo plazo) las vidas de algunos personajes: Gabriel y María le son deudores, directa o indirectamente, de valiosos estímulos espirituales. Victoria es un “personaje madre”: crea a su alrededor atmósferas y favorece el surgimiento de nuevos seres más complejos.

Al filo del Agua es un archipiélago de mujeres. Yáñez retrata un pueblo que vive con, para y contra sus mujeres. En la superficie el de Al filo del agua es un lugar de “mujeres enlutadas”. Puertas adentro cada mujer tiene un mundo propio (plagado de ambigüedades): a veces prevalece la resistencia, a veces la complicidad con el estado de cosas. Es muy sencillo: resistir significa volverse individuo, la complicidad equivale a moverse en grupo, a formar parte activa de un personaje colectivo.

Al servir a Dios, algunas mujeres consiguen prebendas (suben en la jerarquía del pueblo), otras tantas sólo se topan con el martirio, en ellas se funda la legitimidad de la causa religiosa. Quien se atreve a transitar por los caminos de la individualidad apuesta la propia vida: Micaela muere en el intento de forjar su personalidad; María obtiene, en la rebelión, el pasaporte hacia el futuro. El autor la retoma como personaje en libros posteriores.

Yáñez como Kierkegaard cree que sólo la sincera humildad y no el engaño de uno mismo debe ser el origen de los vínculos sociales. Yáñez al igual que el filósofo danés confía en hombres sencillos, ya que en ellos anida la virtud. Frente a la falsedad que impera en el pueblo, Yáñez escoge como sus representantes a Gabriel y Jacobo. Los personajes suman un puñado de características acordes a su visión del mundo: sensibilidad, talento, perseverancia, ambición. En resumen: Autenticidad personal. Con Gabriel el agotamiento del culto religioso se modifica en experiencia espiritual; Jacobo es ejemplo de cómo superar a la provincia como inhibidora de la potencia humana. Con ellos, Yáñez descifra las claves de su propia vida.

La problemática social (un tema aún más complicado) la tienen que solucionar las mujeres. En ellas Yáñez carga el peso del pueblo, del mundo. A fin de cuentas para el autor una vez que pase la tormenta las grandes transformaciones serán en las costumbres, en la vida cotidiana. La cosa pública importa menos que la moral de la sociedad. En el pueblo se han visto desfilar distintos jefes políticos y todo sigue igual a pesar de que cada nuevo dirigente llegue con la consigna de hacer cumplir las Leyes de Reforma.

En el viejo régimen importaba menos la gestión pública que la administración social de la libido. En ese sentido, el autoritarismo de Al filo del agua es el de una teocracia y no el de una dictadura política. El pueblo padece de una confusión que Yáñez entiende gracias a Freud: no distingue entre lo sexual y lo genital. Lo sexual entendido, por supuesto, como una actividad tan amplia que engloba hasta la más mínima pulsión vital. Al querer gobernar los impulsos genitales se termina por barrer la sexualidad, la vida misma.

El viejo régimen se enseñoreaba sobre un pueblo casi muerto. La rebelión verdaderamente importante ocurre en los terrenos de la vida cotidiana. Micaela le hace el juego a la teocracia, lucha en nombre de los genitales. María aspira a conquistar su sexualidad, a adueñarse de su propia vida.

En las páginas que siguen el lector encontrará un panorama de las principales mujeres de Al filo del agua. Por razones de espacio las descripciones no son completas sino fragmentarias. Se encontrará, asimismo, tanto personajes individuales como entes colectivos (las Hijas de María). No creí necesario incluir a Victoria porque su presencia recorre el libro de principio a fin.

Al filo del agua (suena una vez más el eco de López Velarde: “Mientras muere la tarde”) es la novela más armónica escrita en México en la primera mitad del siglo XX, cuenta la historia de hombres y mujeres que confunden la religión con el fanatismo, la virtud con la muerte del deseo y el pecado con la vida común y corriente. Nos muestra un racimo de seres excepcionales, algunos arquetipos de conducta y, en el trasfondo, un pueblo entero, un resto silencioso, más bien, un coro que apenas abre los labios para entonar un murmullo que da coherencia a esta misa fúnebre.



A final de cuentas, Yáñez escribió una obra musical dentro de los parámetros de una novela. Al estallar las pasiones dormidas, los personajes asumen su destino, que es sinónimo de éxodo y en otros de muerte.


El estilo, la estructura, la creación de personajes, la atmósfera en las que se desarrollan los hechos son perfectos. Al filo del agua es una obra importante no sólo en las letras mexicanas, sino en el panorama de la literatura universal.


EMMANUEL CARBALLO






Para conocer más.

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/263